La primera de las grandes fuerzas que mueven el mundo es la mentira. Esta es la frase con la que Revel abre su libro “El conocimiento inútil” y es especialmente cierta en el caso de la Revolución francesa.
La primera falsedad es la afirmación de la existencia de una población hambrienta. La Francia del siglo XVIII, la que Luis XIV entregó a su sucesor en el lecho de muerte, era el reino más poderoso, próspero y poblado de Europa. El francés era la lengua de la cultura, del arte, de los pensadores y de la diplomacia. Los franceses vivían mejor que sus vecinos. Las ciudades y el campo ganaban habitantes y lo hacían porque el país producía lo suficiente para dar de comer a las nuevas bocas. Y es que Francia, hasta la industrialización de Alemania siempre ha sido el país más rico de Europa. El mismo Luis XVI era un ilustrado, de gustos sencillos, ebanista, quizá un poco tonto, pero amaba al pueblo, buscaba su bienestar y no era un tirano.
La segunda falsedad es la imagen de unas masas enfervorizadas que tomaron al asalto el palacio de la Bastilla, poderosa fortaleza que dominaba los barrios populares del este de París, como símbolo de la autoridad arbitraria de la monarquía absoluta. Esta prisión se construyó como una fortificación contra los ingleses durante la guerra de los Cien Años y Richelieu la convirtió en prisión del Estado. El 14 de Julio de 1789, fecha que se da como comienzo de la Revolución francesa, solamente albergaba a siete presos, algunos de ellos alcohólicos.
La tercera es la identificación de la Revolución francesa con la Ilustración. Es cierto que el auténtico inspirador de la Revolución fue Rousseau, pero no todos ilustrados pensaban igual.
La Ilustración es la corriente de pensamiento vigente en Europa cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la fraternidad. La mayoría de los llamados “filósofos” hablaban de la soberanía popular, de la división de poderes, de la separación de la Iglesia del Estado, pero no de destruir todo para crear un orden nuevo. Otros ilustrados, como Voltaire y nuestro propio Jovellanos, pensaban incluso en una Monarquía absoluta, limitada por las leyes y en la revolución desde arriba.
Rousseau fue más lejos que todos ellos. Consideraba que el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo convierte en egoísta, malvado, corrupto. Si ellos se erigieran en rectores de esa sociedad crearían un hombre nuevo en una nueva sociedad al que llamarán ciudadano, y lo formarían en las virtudes cívicas. Lo harían mediante la educación, que así es como pasará a llamarse la instrucción. .
Al comienzo de la Revolución se realizaron cosas buenas. Publicaron la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Afirmaron que la vida privada del individuo es el templo personal del ciudadano: ¡No os atreváis a tocarla! Intentaron hacer una Constitución como la inglesa, imitando a los americanos.
Inicialmente estuvo dirigida por moderados como Mirabeau, pero la aparición de un abogado mediocre, Robespierre, produjo, como tantas veces ocurre en la historia, un cambio brutal en la situación. La Constitución que aprobó la Asamblea constituyente no era un programa de reformas, de perfeccionamiento, sino una subversión total de toda la sociedad. Introdujo en 1793 la guillotina y el Reinado del terror surgiendo el primer régimen totalitario de la Historia.
Estableció la llamada “justicia democrática” y los jacobinos, así se llamaba a los exaltados frente a los moderados, llegaron a matar a 300.000 personas. Las víctimas eran simplemente los que molestaban al Directorio revolucionario. Bastaba cualquier acusación sin pruebas, o una sospecha, para matar en nombre de la libertad a sus enemigos políticos, que eran los propios jacobinos moderados.
Para que triunfara la Revolución había que suprimir la idea de Dios y ellos mismos se erigieron en dioses de los hombres. Iniciaron una persecución contra la Iglesia católica que incluía la prohibición del culto católico, la ilegalización de todas las congregaciones religiosas, la usurpación de los templos a manos del Estado. Realizaron la desamortización de los bienes de la Iglesia, que en gran parte de Europa se había llevado a cabo con la Reforma protestante.
Suprimieron la libertad de prensa, de reunión, de expresión y de religión y todas las garantías procesales. Como el hombre necesita creer en algo y ellos habían jubilado el Cristianismo, improvisaron un nuevo culto, el culto a la Razón y el culto al Ser Supremo de carácter deísta, coincidiendo en muchos aspectos con la masonería. En la práctica esta religión no se lo creyó nadie, por eso, cuando Napoleón se coronó emperador, hizo venir al papa de Roa.
La Revolución desembocó en el moderno terrorismo de Estado, el genocidio por razones ideológicas, la negación de los derechos de la persona, el sometimiento del pueblo al déspota que se proclama su representante y como en todo despotismo la ausencia de cualquier garantía legal. La libertad, la propiedad y la igualdad ante la ley, derechos sagrados en la doctrina liberal, fueron abolidos en favor de esa difusa fraternidad, tan arbitraria que Robespierre proclamó su derecho a degollar a cualquier enemigo político, ideológico, religioso o personal.
Lo peor de todo es que la Revolución francesa con su magnífica prensa, es la madre de todas revoluciones, incluso de la Revolución bolchevique.
Enrique Gómez Gonzalvo 11-03-2018 Referencia 121