Según el CIS, el 61,8 % de los españoles considera que la situación de la enseñanza en España es regular, mala o muy mala. Coincide con los malos resultados que el informe PISA da para España y no les falta razón porque no hay ninguna universidad entre las 200 primeras en el ranking de mejores universidad y las tasas de “fracaso escolar” y de “abandono temprano” son muy elevadas.
El pensador liberal francés Jean-François Revel decía que el mal que aquejaba a la enseñanza francesa arrancaba del Movimiento del 68, que nació en Estados Unidos con un carácter fundamentalmente anti autoritario y de revolución de costumbres y que, al trasladarse a Europa, tomó un carácter izquierdista y sobre todo libertario, cuyo slogan era “prohibido prohibir” y cuyos efectos más nefastos se produjeron en la enseñanza.
Para Revel la pedagogía que desde entonces ha dominado en Europa, salvo en Alemania y en algún otro país de influencia cultural alemana como Luxemburgo, se inspiró en dos principios fundamentales. Uno de ellos era un feroz antiliberalismo, que ha llevado al profesorado a combatir abierta y decididamente la sociedad capitalista y el otro, la idea de que la simple transmisión del conocimiento es reaccionaria.
Estos males son perfectamente trasladables a la educación española, bien es verdad que empezaron a hacerse evidentes antes de las revueltas del 68. Fue Villar Palasí, quien en 1970 realizó la primera reforma de la enseñanza para ampliar la población escolarizada a base de rebajar el nivel académico. No tuvo en cuenta que la transmisión de nuestra cultura y del pensamiento de nuestra civilización siempre han sido el objetivo del bachillerato y que si éste no logra transmitir la historia, la lengua y la cultura de España, ninguna otra etapa educativa lo hará, pues el objetivo de la Universidad no es transmitir una formación humanística y científica general sino promover la especialización, la innovación y la investigación.
Desde Villar Palasí el bachillerato se ha ido acortando y desnaturalizando hasta llegar a convertirse en la continuación natural de la secundaria, siendo su duración actual de dos años.
Las cosas no han sido siempre así. Hace algunas décadas España tenía uno de los mejores bachilleratos de Europa: el del ministro de Instrucción pública Pedro Sainz Rodríguez, que estuvo en vigor desde 1938 hasta 1953.
Algunos mal pensados tratarán estas reflexiones de «franquistas» y propias de un régimen autoritario, en el que la escolarización a partir de ciertas edades era un «privilegio». Pues bien, ese bachillerato introducido durante la Guerra civil estaba inspirado en buena medida en el de Filiberto Villalobos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de la Segunda República.
La filosofía pedagógica de mayo del 68 era de inspiración puramente roussoniana, que creía que el niño debe crecer en completa libertad, siempre guiado por la naturaleza y sin que nadie ejerza autoridad alguna sobre él. También pensaba que la educación es más importante que la instrucción, que la disciplina no se ha de imponer, que la enseñanza memorística y abstracta no sirve para nada y que los exámenes son una rémora autoritaria y sólo sirven para traumatizar al alumno. Ni Aristóteles podría aprender nada si no utilizara la memoria y es que, como diría Saiah Berlín, Rousseau fue «uno de los más siniestros y más formidables enemigos de la libertad en toda la historia del pensamiento moderno.”
Los “filósofos” de Mayo del 68 afirmaban que la disciplina, el respeto al profesor, el esfuerzo, la responsabilidad individual, la eficacia, la transparencia en los resultados, la idea de que el estudio para los alumnos es un deber y de que los exámenes son necesarios, que la enseñanza basada fundamentalmente en la “mera transmisión de conocimientos” y que la promoción social que se consigue con el esfuerzo son valores fascistas, aunque, como dijo Nicolás Sarkozy, «el ignorante no puede ser libre».
También pensaban que la educación debería extenderse a todos los ciudadanos durante el mayor tiempo posible y por eso en España se fue bajando el nivel y se crearon universidades en todas capitales de provincia, dando títulos universitarios de escaso valor.
En el fondo lo que pretende la izquierda es educar a los niños según su propio ideal político. Antonioni Crosland, aristócrata laborista británico, decía que para asegurar la supervivencia del socialismo debería dejarse de lado el objetivo de nacionalizar las industrias y hacerse con el dominio de la educación, lo que ha conseguido la izquierda en todo el mundo. Lo mismo piensa el nacionalismo y todos los regímenes totalitarios.
Por eso los socialistas han sustituido el vocablo enseñanza por educación, pues no son sinónimos. Enseñanza es instrucción, transmisión de conocimientos y educación es adoctrinamiento. Antes se decía enseñanza general básica y ahora se habla de educación primaria y es que no son lo mismo.
El derecho de los padres a decidir sobre la educación moral de sus hijos se ha catalogado de reaccionario y radical y hay una intención de suprimir la enseñanza privada para que toda esté en manos del Estado, con el pretexto de que solo así se garantiza la igualdad de todos los ciudadanos.
Esperanza Aguirre creó el Bachillerato de excelencia destinado a los mejores alumnos de la Educación secundaria, así reconocidos por unas calificaciones excelentes y por las pruebas de acceso al nuevo centro. Solo así se conseguirá que no se pierdan los mejores talentos y la movilidad social, naturalmente con un buen sistema de becas. Este era el camino, pero no se ha seguido porque en el fondo la izquierda tiene miedo a la libertad.
Otro defecto añadido que tenemos en España es la inmersión lingüística obligatoria que han impuesto los nacionalistas en Cataluña, en Baleares y en la Comunidad Valenciana con el apoyo de los socialistas y en Galicia con el del propio Manuel Fraga, de la antigua Alianza Popular.
¿Por qué un niño tiene que aprender obligatoriamente catalán, valenciano, euskera o gallego y no puede sustituirlo por el inglés?
Enrique Gómez Gonzalvo. 26/12/2017. Referencia 193.
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