Pocas veces el Ateneo de Madrid habrá hecho un ridículo tan grande como en 1936 cuando realizó una votación para decidir democráticamente si Dios existía. Es la soberbia de los intelectuales, cuya opinión no vale más que la de cualquiera de nosotros. El resultado de la votación fue positivo por un solo voto. Nada habría cambiado si hubiera sido diferente. Su opinión fue banal e intrascendente.
Las posturas entre entre ateos y creyentes son irreconciliables. Cada uno tiene sus argumentos que, aunque no demuestran nada, hay que respetar. Ante el hecho de que existe en nuestro cerebro un área espiritual, como existe un área del lenguaje, los creyentes dirán que ha sido puesta por ese ser superior que nos creó para relacionarnos con El. Los no creyentes dirán que existe porque ha favorecido la supervivencia de la especie.
El creyente dirá que no se conoce ninguna sociedad a lo largo de la historia que haya prescindido de la idea de dios y que no haya intentado ponerse en contacto con El. El no creyente dirá que la idea de dios es una construcción social y que ha tenido tanto éxito porque: 1º representa una ventaja para nuestra supervivencia, ya que favorece la cohesión social 2ª calma nuestra ansiedad ante el incierto futuro, 3º da una explicación a la génesis del universo.
Unos dirán que la escolástica, que intentó coordinar la fe con la razón ha fracasado, que lo que no se puede demostrar con la razón es superstición. Otros que a dios no se le puede conocer con la razón, sino con la revelación y que la fe es un “don de dios. “
Los creyentes afirman que la teoría de la evolución de las especies, aunque dispone de muchas pruebas a su favor, no responde a la pregunta ¿de dónde viene todo esto? Los ateos dicen que el universo, la vida y el hombre son productos del azar.
Para las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islamismo, dios es un ser omnipotente, compasivo, que creó el universo, responde a las oraciones, interviene en asuntos humanos, nos promete una vida después de la muerte, exige obediencia, sumisión y una alabanza constante.
Hay creyentes en otro tipo de dioses. Para algunos dios y el universo son la misma cosa. Dios no es una criatura, sino que todas las criaturas son dios. Esta doctrina filosófica se llama panteísmo. Su principal inspirador fue Barcuh Espinoza, en el siglo XVII.
Los masones hablan del Gran arquitecto del universo. Pero este gran arquitecto puede ser todo, incluso el dios de los cristianos.
Durante la Revolución francesa, se hablaba de un “Ser supremo”, una especie de panteísmo, que no intervendría en el destino de los hombres. Quisieron hacer desaparecer la religión y convocaron numerosos fiestas cívicas: de la amistad, de la fraternidad, del género Humano, de la infancia, de la juventud, de la desgracia, de la naturaleza. Introdujeron como “diosa” en Notre Damme una prostituta que representaba a La Razón. Ni ellos mismos se lo creían, la prueba es que que Napoleón, cuando se coronó emperador hizo llegar al papa de Roma.
Para Einstein, en una especie de panteísmo, dios sería el conjunto de las leyes físicas del universo.
También se habla del diseño inteligente. El origen del Universo, de la vida y del hombre habría sido dirigido por uno o más seres inteligentes.
][]En resumen. No se puede demostrar la existencia de Dios, pero tampoco lo contrario. No comprenderemos nunca el universo. Nos faltan circunvalaciones cerebrales. Somos hormigas que nunca sabremos el funcionamiento de un aparato de radio.
No es cierto que los ateos no puedan tener conciencia moral. En la práctica hay mucha gente que no tienen fe y observa una rectitud moral y un desprendimiento de los que carecen no pocos profesionales de la religión, tanto clérigos como seglares.
Ante estos dos grupos, creyentes y ateos, ¿para quién debe legislar la autoridad? Los ateos deben tener en cuenta las profundas raíces cristianas de nuestra civilización, no pueden pretender borrar esos principios de nuestra cultura, no pueden pretender crear un estado laico o incluso ateo, no deben legislar contra media España.
Los creyentes, no pueden imponer la religión, como ha sucedido en otras épocas.
Enrique Gómez Gonzalvo, 7-10-2017 Referencia 52