TOMAR LA CALLE
La izquierda en España siempre oscila entre la reforma y la revolución, entre la legalidad y la ilegalidad. Para ellos la democracia sólo es legítima cuando gobiernan mientras que, si lo hacen sus rivales políticos, toda violencia extraparlamentaria para arrojarlos del poder les resulta moralmente aceptable.
Admiten el resultado electoral, pero cuando pierden se radicalizan, se enfurecen y muestran su verdadera condición. En el 2002 Felipe González y Cebrián, como no habían ganado al PP, decidieron sacar a los violentos y organizar algaradas callejeras para ganar en la calle lo que habían perdido en las urnas.
No importaba que Aznar hubiera creado cinco millones de puestos de trabajo en la segunda legislatura, que el paro bajara del 24 al 12 % y que nunca hubiera habido tanto trabajo y con tan buenos sueldos. El objetivo era echar de la política a media España, el mismo que el del pacto de Tinell: no al PP y si a los terroristas y a los separatistas. Polanco dijo en una junta de accionistas que el PP quería la guerra civil.
Aprovecharon la catástrofe del Prestige, el barco de Liberia que se encontraba a 23 Km de Finisterre con 72.000 toneladas de fueloil que sufrió una vía de agua y, tras intentar alejarlo de la costa, se partió en dos y las manchas del combustible alcanzaron las costas gallegas. El chapapote para ellos no fue una catástrofe sino una lotería. Un diputado socialista, Antonio Miguel Carmona, afirmó que con otro desastre petrolero llegarían a la Moncloa. Este desastre sería el atentado de Atocha.
A raíz del accidente de Galicia se produjeron manifestaciones en toda España, muchas de ellas encabezadas por la plataforma Nunca Mais, dirigida por los multimillonarios Barden, Ana Belén y compañía. No les importó que, años más tarde, el juzgado encargado de investigar el caso, llegara a la conclusión que no cabía otra opción que denegar el acceso al puerto y alejarlo de la costa. Nadie pidió perdón.
Más tarde aprovecharán la guerra de Irak y hasta la muerte del periodista Couso al que le habían ofrecido la evacuación.
Ningún político español ha sido tan calumniado y vilipendiado como Aznar. Ha llegado a casos tan espeluznantes como que Pilar Manjón, afiliada a CC OO, madre de una de las 192 víctimas del 11 M, estaba más interesada en que se declarara a Aznar criminal de guerra que en descubrir los responsables de la masacre.
Con esta política de violencia, el Partido Socialista tiene hoy un 42% de los diputados que tuvo con Felipe González en 1982 y ha facilitado la aparición de Podemos. Ambos tienen en común el odio sin fisuras al PP, un odio patológico, un afán irracional de colocar al centro-derecha español fuera del terreno de juego político.
No es ese el caso de los partidos socialistas europeos. El gran éxito de ellos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del muro de Berlín, se basó en su radical enfrentamiento con el comunismo.
Actualmente, la antorcha de las manifestaciones callejeras la ha recogido Podemos, el hijo natural de Zapatero. No son movilizaciones sociales espontáneas, son movimientos golpistas de la extrema izquierda que intentan conseguir por las bravas lo que no han conseguido en las urnas porque ellos, dicen, son gente que representan a la gente y los demás son gentuza que no representan a nadie.
Enrique Gómez Gonzalvo, 2/05/2017 Referencia 209