El europeo mira con aires de superioridad «la poca cultura» del norteamericano y su «comida basura», lo que no le impide atiborrarse de hamburguesas con coca-cola. Le echa la culpa de todos nuestros males, de los asesinatos múltiples, de la crisis económica, de las infames series de televisión, del deterioro del medio ambiente, del aumento de la violencia y, en general, de todos los males que afligen a nuestra sociedad, copiada en buena parte de la suya. Y, en efecto, tienen la culpa de nuestras desgracias.
Si se hubieran quedado en su casa, en vez de desembarcar en Normandía con un coste de miles de muertos, Europa estaría hoy tranquilísima dentro de un Tercer Reich, donde no habría atracos ni violencia callejera ni, desde luego, inmigrantes africanos o asiáticos.
Del mismo modo, si los norteamericanos no se hubieran puesto firmes en 1945, los tanques rusos hubieran llegado al Atlántico y hoy estaríamos gozando del paraíso soviético, lo que sin duda alegraría a unos cuantos, en España fundamentalmente a los comunistas y a los amigos de los Castro, que son muchos.
Algo parecido puede decirse del Plan Marshall. Si en vez de ayudar a la reconstrucción de la Europa occidental los norteamericanos se hubieran desentendido de ella, a estas alturas los europeos no estaríamos preocupados por los kilos que nos sobran, sino por los que nos faltan.
Por todo esto, cuando Bush llegó a Europa, para conmemorar el 60 aniversario del desembarco aliado en Normandía, fue recibido con manifestaciones de rechazo en Roma y París. A Normandía llego también Putin (que representa una de las formas del capitalismo no democrático). Ni una sola persona alzó su voz contra él.
Además de ser los culpables de todo también son la solución para todo, desde la crisis económica hasta el terrorismo islámico o la amenaza nuclear de Irán. “A ver si el negrito ese nos arregla la crisis”, decían cuando estaba Obama.
A los progres europeos les dan mucha compasión los pobres americanos, pero seguro que los pobres europeos son más pobres que los pobres americanos, como los pobres africanos son más pobres que los europeos. ¿O es que en Europa no hay pobres?
En cuanto a las diferencias sociales que tanto preocupan a los progres europeos, es cierto que el hombre más rico del mundo es un americano, Bill Gates, pero el segundo es un mejicano, Carlos Slim, y el tercero un español, Amancio Ortega.
A principios del siglo XX los antiamericanos eran de derechas, pues los conservadores europeos desconfiaban del proyecto americano y sin embargo donde surgió el socialismo y el comunismo fue en Europa. Actualmente el antiamericanismo es más de izquierda porque la izquierda europea identifica el capitalismo y la libertad con EE UU.
En España, más que en ninguna parte, la relación de nuestros progres con los americanos es esquizofrénica, de odio-admiración. Los odian porque vencieron a sus amigos comunistas en la Guerra fría, no lo pueden evitar. Se ponen de los nervios cuando van a repartir los óscar. Quieren que su hijo nazca en un hospital de los UU y no en Cuba (Barden). Se ponen un nombre americano, renunciando al que les puso su madre al nacer, y pasan de llamarse Guillermo Toledo a William y de José Miguel Monzón Navarro al Gran Wyoming. Y es que nuestros progres solo viven para el odio y la guerra civil.
Enrique Gómez Gonzalvo. 17-05-2017. Referencia 150