Ellos, los americanos, consideran que son la mejor nación, la mejor sociedad que ha existido en la historia del mundo. No es esta la percepción que tiene el resto del mundo, pues el antiamericanismo es una enfermedad universal aunque más intensa en Europa
La mayoría de los europeos, sobre todos los progres, piensan que Estados Unidos es un país inculto, de débiles mentales, interesados solo en comer hamburguesas y ver partidos de beisbol en la tele. Miran a los americanos con un complejo de superioridad cultural, como si, muchos de nosotros, no tuvieran alguna inquietud que no sea el botellón o el fútbol.
Siempre las mismas falacias que de tanto repetirlas se convierten en axiomas. Una, la de los miles de americanos que viven bajo el umbral de pobreza por el horroroso liberalismo salvaje de allí. No pierden su precioso tiempo en averiguar que pobre en América es el que gana menos de 8.000 dólares al año, a lo que hay añadir un amplio repertorio de ayudas sociales.
Otra falacia que se repite siempre es la inseguridad ciudadana, sobre todo en Nueva York, como si todas las calles de Madrid o París fueran seguras y los miles de crímenes que dicen se producen cada año se quedan en unos 600 cuando se consultan las estadística fiables.
Tampoco se salvan sus dirigentes. Reagan era un pobre idiota, actor mediocre, que, en lugar de buscar la distensión, puso en marcha la Iniciativa de Defensa Estratégica para terminar con el Imperio del mal. Bus era un torpe vaquero que en lugar de lograr el dialogo con Bid Ladeen, como hizo Zapatero liberando a los presos de ETA, se empeñó en buscarlo, capturarlo y ejecutarlo. Peces Barba amenazó con enviarle a Bush un ejemplar de nuestra Constitución para que se enterara de lo que es la democracia. Con Trump se ha llegado al paroxismo.
Los mismos que dicen que a los americanos solo les importa el dinero y las hamburguesas, sienten tal fascinación por la sociedad americana que se ponen de los nervios cuando la Academia de cine americana reparte los óscar. Y para imitarlos se cambian hasta el nombre. José Miguel Monzón, presentador de La Sexta se hace llamar el Gran Wyoming y Guillermo Toledo, que dice ser artista, quiere que le llamen Billy. No se puede ser más cateto ni sentirse más acomplejado para renunciar al apellido paterno o al nombre de pila que le puso su madre.
Cuando el presidente es progre, los europeos se derriten. Pero nadie en Europa ha llegado tan lejos como Zapatero y sus ministros en la adulación, halago y a una entrega casi mística, si no fuera ridícula, como su ministra de sanidad Leire Pajín, que llegó a decir que “la coincidencia en el tiempo y el espacio de dos líderes progresistas (se refería a Zapatero y Obama) sería un acontecimiento histórico de este planeta”.
Si el presidente es conservador sale la vena antiamericana y se cae también en el ridículo, pero en el polo opuesto, se le trata con soberbia, desprecio, arrogancia.
Enrique Gómez Gonzalvo, 7-03-2017. Referencia 133