La Revolución Francesa, a corto plazo, fracasó. Los franceses pasaron de ser súbditos de la Monarquía a esclavos de la Convención y de ésta se pasó al Directorio, es decir, a la dictadura de Napoleón que inició una serie de guerras de conquista contra Austria, Prusia, España e Inglaterra que asolaron Francia y Europa.
La libertad, la propiedad y la igualdad ante la Ley, derechos sagrados en la doctrina liberal, fueron abolidos. Francia quedó arruinada. Ya antes de iniciarse las guerras napoleónicas la economía sufrió un síncope inflacionario sin precedentes porque el llamado Gobierno del pueblo decidió crear dinero de la nada, mediante un papel moneda respaldado por los bines incautados a la Iglesia, dinero que empezó valiendo poco y terminó valiendo nada.
Finalmente, en 1815 la Revolución francesa tocó a su fin en el Congreso de Viena. Así entró Europa en el mundo moderno. En Francia se restableció la Monarquía y se tardó más de un siglo para que volviera el régimen republicano y en el resto de Europa aparecieron unos reyes con más absolutismo que los de la Ilustración.
Posteriormente, las naciones que adoptaron los principios de la Revolución francesa evolucionaron hacia la tiranía, al terrorismo de Estado, al genocidio por razones ideológicas y a la negación de los derechos individuales y cualquier garantía legal.
Sin embargo todavía persiste el mito de la Revolución francesa, que ha adquirido un carácter mágico, sacralizado, casi supersticioso, que la ha convertido en intocable, en algo noble. Es la madre de todas las revoluciones. Todas las demás serán sus hijas, incluyendo la revolución bolchevique, la cubana, la bolivariana. Incomprensiblemente, los que más sufrieron con la Revolución, los franceses, son los que más la han idolatrado.
Se impuso la idea, sobre todo en los sectores de la izquierda, que la revolución es necesaria para cambiar el mundo, que el terror es consustancial con la revolución, que todas las revoluciones precisan implantar el terror y que uno es tanto más revolucionario cuanto más partidario es del terror. El mundo sigue sintiendo cierta fascinación no sé si por Robespierre o por el terror que implantó para conseguir sus fines.
Decía Robespierre que no hay que probar que el Rey haya cometido ningún delito porque su mera existencia es en sí misma un crimen. Y nuestro pequeño Robespierre, Pablo Iglesias decía que la guillotina es el origen de la democracia y que si algo está demostrando la llamada crisis financiera internacional es que lo que valía para el Rey en los tiempos de la Revolución francesa, vale hoy para el capitalismo. E Irene Montero, una de sus secuaces,
amenazaba al Rey Felipe VI con llevarlo a la guillotina y con echarlo “a los tiburones”. Un procedimiento muy expeditivo para acabar con la Monarquía.
La gran revolución que proclama los Derechos del hombre no fue la francesa, sino la que nació unos años antes con la Declaración de independencia de los USA en 1776 y se consagró en la Constitución de 1786. No se hizo para guillotinar a un rey o a quien se opusiera al poder, sino para controlar al poder. Esa es la raíz moderna de la libertad, en cuya estela se sitúan la constitución polaca y la liberal española de 1812. Declara sagrados los derechos individuales, aunque excluyó a los esclavos que sí fueron emancipados en Francia y España.
Las naciones que siguieron los pasos de la Revolución americana se convirtieron en libres y prósperas. Sin embargo, Pablo Iglesias no la imita. Él prefiere la guillotina.
Enrique Gómez Gonzalvo, 13—11–2016. Referencia 160