Los políticos, la autoridad, son necesarios contrariamente a lo que piensan los anarquistas cuyo lema es “ni papa ni rey ni patrón”.
Pero frecuentemente abusan del poder. Es esta una constante en la historia de los que se arrogan la representación de la sociedad. Así es la naturaleza humana. Ninguna sociedad que conozcamos se ha librado del despotismo cuando el déspota se lo puede permitir; no importa que su origen sea por elecciones, golpe de Estado o guerra. Quizá alguna tribu desconozca la ambición, pero no está documentado.
Tienen tendencia a perpetuarse en el poder. Esto vale para los reyes, papas, presidentes de Gobierno, concejales y hasta los líderes sindicales. Por eso, la dimisión de un político hay que verla con una gran simpatía, pues demuestra que ha subordinado la ambición de poder a unos principios.
La gran ventaja de la democracia es que el político se tiene que marchar cuando pierde las elecciones. En las dictaduras hay que echarlo por la fuerza (golpe de estado o guerra civil) o cuando se cumplan las previsiones sucesorias, como se decía en tiempos de Franco.
Quieren regular nuestras vidas. Deberían limitarse a intervenir solo lo imprescindible en la vida del ciudadano y eso para mantener los derechos individuales: derecho a la vida (que no le maten), derecho a la propiedad privada (que no le roben) y protección de las libertades individuales, con el solo límite de no lesionar la de los demás.
En épocas pasadas elegían la religión de sus súbditos. En Inglaterra Enrique VIII decidió que todos los ingleses deberían hacerse protestantes y persiguió a los católicos. Su sucesora María Tudor decidió hacerse católica y persiguió a los protestantes. A continuación Isabel Tudor que era protestante, persiguió a los católicos. Pujol, creyéndose no Jesucristo sino dios, decidió que todos ciudadanos en Cataluña tenían que hablar el catalán. Stalin implantó el comunismo en Rusia sin preguntar a la población. En España, algunos están empeñados en suprimir los espectáculos taurinos.
Se vuelven soberbios. Y sin embargo, se les debería decir: tú no eres nada, nos debes el sueldo y por lo tanto nos das toda clase de explicaciones de lo que haces con nuestro dinero. Como en la Junta de Antequera, cuando al rey en el Compromiso de Caspe se le dijo: “Nos, que valemos cada uno de nosotros tanto como vos y juntos más que vos…”
El poder los transforma y los vence. Felipe González y José María Aznar cuando salieron de la Moncloa no eran las mismas personas que cuando entraron. De Zapatero digamos sencillamente que “no mejoró” tras su paso por la Moncloa.
Los romanos, cuando los generales victoriosos volvían a Roma y desfilaban por la Vía Apia mientras la muchedumbre enfebrecida les aclamaba, iban acompañados de un esclavo que les repetía: recuerda que eres mortal, recuerda que eres mortal.
Su poder excesivo. Controlan además del Parlamento, la justicia, los medios de comunicación, las policías autonómicas, las cajas de ahorro (hasta que desaparecieron), la prensa. Mezclan lo público y lo privado ¿Qué hacía Juan Guerra en un despacho en la Junta de Andalucía, si él no era funcionario? Simplemente Alfonso creyó que la Junta era su casa, su cortijo. Son malos y la política los transforma en gentuza.
Pero no olvidemos que los políticos son necesarios. La ausencia de autoridad sería la anarquía
Enrique Gómez Gonzalvo 29-08-2016 Referencia 30
Pero ellos saben lo que nos conviene. Es la “fatal arrogancia” como la llama Jean Francois Revel.